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Carta a sí mismo en forma de parábola

*Material preliminar y de prueba con el objetivo de mostrar la propuesta gráfica, la presentación de lo que nos proponemos y el contenido de la Revista Búsquedas.

René Daumal (1908-1944) fue un escritor y poeta francés cuya obra se caracteriza por su exploración de sí mismo, la búsqueda de la verdad y la trascendencia. Influenciado por las enseñanzas de G. I. Gurdjieff, Daumal se interesó por las tradiciones místicas y la búsqueda de un sentido más profundo en la vida. Obras como “El Monte Análogo” y “La Gran Ebriedad” reflejan esta búsqueda y nos invitan a cuestionar las limitaciones de la realidad convencional para embarcarnos en un viaje interior hacia la iluminación.

A continuación presentamos un fragmento de su obra “Les Pouvoirs de la Parole” (1935-1943), en la que Daumal profundiza en la importancia del lenguaje y su poder transformador, además de su relación con el pensamiento y la realidad, para acceder a niveles más profundos de conciencia y comprensión.

El Sediento, el Enamorado y el Óptico hablaron de la Portadora de agua: 

“Es fresca y pura, dadora de vida. -Por ella daría toda la fortuna del mundo -dijo el primero, hablando del Agua-. 

“Es la maravilla que sola saciaría mi Sed insaciable”. -Por ella daría todos los bienes de este mundo -dijo el segundo, refiriéndose a la Mujer.

-En ella se reflejan todas las cosas del mundo -dijo el tercero-, la Montaña, el Árbol, el vuelo de los Pájaros y, sobre todo, el Cielo; daría tesoros por volver a ver a este prodigio: hablaba del Cántaro, pues aún ignoraba las leyes de la reflexión.

Y los tres creyeron que se entendían bien, y durante horas hablaron de la Maravilla, sin que ellos lo supieran. 

El hombre se acercó y dijo: “Esta es una mujer que regresa de la fuente con un cántaro de agua clara”. El Sediento le gritó que fuera a contar sus tonterías a otra parte. El Enamorado trató de saltar sobre su garganta, pero el Óptico lo detuvo, burlándose y diciendo: “Ya ves que es un pobre tonto”.

Pero el hombre repitió: “Una mujer con un cántaro de agua clara”. Lo dijo de nuevo. A la décima vez, el Sediento comenzó a hablar del agua en la figura de una mujer de luz, el Enamorado de los reflejos del mundo en el agua dulce, el Óptico de la calma del estanque de sus ojos. Esta fue durante un tiempo la gran Confusión simbólica. Poco a poco, a medida que la imagen de la que llevaba el agua tomaba forma para de cada uno de ellos exactamente como el Hombre había dicho, comenzaron a discutir sobre los nombres que debían darse a la Maravilla: ¿Saciante de la sed, Mitad de mí mismo o Portadora de las Imágenes del mundo?

Estaban a punto de degollarse mutuamente cuando el Hombre los separó, pretendiendo que ahora estaban un poco más cerca de entenderse que al principio. 

Y he aquí, que por fin, el Hombre se ha hartado de este juego, toma al Óptico, al Enamorado y al Sediento, que nunca habían sido más que criaturas de su capricho, y los vuelve a colocar en sus respectivos lugares, en su frente, en su pecho y en su vientre.

Pero para nosotros, que hablamos de la Verdad como ellos hablaron de la portadora del agua, el Hombre aún no ha venido. Y no vendrá a menos que primero lo resucitemos. Busco la Verdad, por lo tanto, no la conozco. Entonces, ¿cómo puedo decir que quiero lograrlo? A decir verdad, no tengo derecho a pronunciarme sobre la verdad, ni siquiera que sea deseable. Pero sufro, tengo miedo y dudo, quiero saber por qué, quiero liberarme, quiero saber… Uno no puede querer dormir. Si quiero, siempre es permanecer despierto primero, o más bien despertarme sin cesar. Cuando me despierto, me doy cuenta de que sufro, que cambio, que soy diverso, que no comprendo nada; Y cuanto más despierto estoy, más desdichado soy, un cobarde, un imbécil. Cuanto más despierto, más quiero cambiarme a mí mismo, y más valoraré esta Verdad de la que no sé nada, que no expresa para mí más que la absurda negación de mi decadencia actual.

No puedo decir nada acerca de la Verdad. Y en primer lugar, ¿quién habla en mí? El hombre es una fauna múltiple en la que mil animales hablan con un solo aparato vocal; pero cada palabra tiene un significado diferente dependiendo de su origen profundo. Justo ahora, tres hombres decían: “Ella”; y uno significaba: Agua; el otro: Mujer; y el último: el Cántaro. El hombre es gobernado a veces por su cerebro, a veces por su estómago, a veces por su corazón; muy rara vez conoce a su tirano del momento, muy rara vez percibe que de repente otro toma el mando, cambiando por completo el significado de sus percepciones, de sus gestos, de su lenguaje. Al Hombre Uno, dueño de esta selva, amo justo que da a cada siervo su lugar y su alimento, solo a él la Palabra. Toda la casa de fieras habla en su boca y, sin embargo, es el Hombre, armonía viviente, síntesis de múltiples bestias, quien habla. Por lo tanto, siempre que al menos un animal se despierte en otra casa de fieras, algo de su palabra se escuchará allí.

Al poeta, la palabra: que se haga tal, a través de la dura consciencia del sufrimiento en su carne, en su amor propio, de dudar con angustia en su cerebro, que se haga hombre: entonces podrá comenzar a buscar la verdad.

*Traducción Privada Preliminar

*Daumal, René, Claudio Rugafiori, y René Daumal. Les pouvoirs de la parole: 1935 – 1943. Essais et notes / René Daumal. Éd. établie par Claudio Rugafiori 2. Paris: Gallimard, 1993.

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